¿Cómo Meditar?

Siéntate en una silla, sobre un cojín o un banquito de meditación, en un lugar silencioso, con la espalda erguida y en una postura cómoda.

Cierra ligeramente los ojos. Siéntate relajado, pero alerta.

En silencio, en tu interior, comienza a decir amorosamente una única palabra, tu mantra. Recomendamos la oración maranatá. Recítala en cuatro sílabas de idéntica longitud — ma-ra-na-ta. Puedes decirla con el ritmo de la respiración, lentamente.

Maranatá es una palabra en arameo, la lengua que hablaba Jesús. Significa “¡Ven Señor!” y es probablemente una de las oraciones cristianas más antiguas. Con ella San Pablo concluye su primera Carta a los Corintios.

  • Escucha la palabra mientras la pronuncias suave pero incesantemente.  No pienses o imagines cosa alguna, ya sea espiritual o de otra naturaleza.
  • Cuando lleguen los pensamientos o las imágenes, déjalos pasar, ignóralos sin ofuscarte. Son distracciones pasajeras. Vuelve simplemente a pronunciar la palabra. Respira con normalidad y presta toda tu atención a la palabra, tal y como la recitas, silenciosamente, suavemente, con toda tu fe y, sobre todo, con simplicidad.
  • Medita cada mañana y cada tarde entre veinte y treinta minutos. Puede llevar algún tiempo establecer esta disciplina. El apoyo de la tradición y de la Comunidad siempre te serán de gran ayuda.

En la sección de «Recursos» encontrarás un simpático pero profundo video sobre nuestra meditación.


Silencio. Quietud. Simplicidad

Los tres pilares de nuestra meditación son:

“Silencio” significa dejar marchar los pensamientos.
“Quietud” significa dejar marchar los deseos.
“Simplicidad” significa dejar marchar el autoanálisis.

Es posible que te lleve un tiempo desarrollar el hábito de meditar regularmente, idealmente dos veces al día. Ten paciencia. Cuando desistas, empieza otra vez de nuevo. Que sea simple no quiere decir que sea fácil. Te darás cuenta de que la pertenencia a un grupo semanal de meditación, sea presencial o virtual, te puede ayudar. La meditación es más una disciplina que una técnica.

Una práctica de meditación mantenida en el tiempo permite que los frutos y beneficios que ella produce penetren en todos los aspectos de la vida. John Main dice que la meditación hace florecer las verdades de la fe en la propia experiencia.

¿Por qué podemos hablar de meditación cristiana?

Primero, por la fe con la que meditamos – la conexión personal con Jesús.

Segundo, la tradición histórica y teológica en la que meditamos.

Tercero, el sentimiento de comunidad al que la meditación lleva: “Cuando dos o más oran en mi nombre, yo estoy allí entre ellos” (Mt 18, 20).

Cuarto, los otros medios por los cuales nuestra vida espiritual se alimenta como, por ejemplo, la Escritura, los Sacramentos y la Adoración. La meditación no reemplaza estas otras formas de espiritualidad. Muy al contrario, vivifica su significado.

Por último, pero esencial para comprender lo que significa meditar, es necesario añadir que meditamos para quitar nuestro foco de atención de nosotros mismos (Jesús dijo: «olvídate de ti mismo»). En la tradición cristiana, la contemplación es vista como una gracia y como una obra recíproca de amor. No debe sorprender, por tanto, que uno de los resultados de la meditación sea que nos volvamos personas más capaces de amar en nuestro entorno y en nuestras relaciones y que también desarrollemos un especial sentido de servicio hacia aquellas personas con necesidades.

Grupos

La meditación es una práctica que llevamos a cabo tanto en solitario como en comunidad. Puedes contactar con comunidades de meditación por medio de esta página web para, de esta manera, fortalecer y profundizar tu viaje. Hay mucho que aprender de la tradición contemplativa que nos puede enriquecer y estimular. La Escuela de Meditación de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana introduce, a la persona que está aprendiendo a meditar, en la tradición contemplativa. La esencia de la meditación no es la lectura o los conocimientos teóricos, sino la práctica personal. Como Juan Casiano dijo en el siglo cuarto: “La experiencia es el maestro”.

El gran desafío al que nos enfrentamos cuando queremos aprender a meditar es su simplicidad. Nada inspira más a personas de todas las edades y culturas que el ver con qué sencillez y rapidez los niños aprenden a meditar y a amar, tanto la práctica como todo lo que aporta a sus vidas.

Muchos meditadores y Grupos de Meditación Cristiana inician y finalizan sus sesiones de meditación con estas oraciones:

Oración Inicial (John Main)

Padre Celestial, abre nuestros corazones a la presencia silenciosa del Espíritu de tu Hijo. Guíanos hacia ese misterioso silencio donde tu amor se revela a todo aquél que clama: “Maranatá… Ven, Señor Jesús.

Oración de Clausura (Laurence Freeman)

Que este grupo sea un verdadero hogar espiritual para el buscador, un amigo para el solitario y un guía para el desorientado. Que el Espíritu Santo fortalezca a los que aquí oramos para servir a todos lo que vengan y acogerlos como a Cristo mismo. Que, en el silencio de este cuarto, todo sufrimiento, violencia y confusión del mundo, encuentren la fuerza que consuela, renueva y enaltece el espíritu humano. Que este silencio sea capaz de abrir los corazones de hombres y mujeres a la visión de Dios y por lo tanto, entre ellos, en amor y paz, en justicia y dignidad humana. Que la belleza de la Vida Divina llene a este grupo y los corazones de todos los que aquí oramos con alegre esperanza. Que todos los que hayamos venido cargados con los problemas de la humanidad nos vayamos agradecidos de la maravilla de la vida humana. Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. Amén.

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